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El simple palpitar del haiku. Carmen Rosa Gómez

           
                                                                                   
                                                                   Por: Carmen Rosa Gómez. 


      Simple.  El haiku suele engañarnos vestido de simpleza. Sí, simple.  Así luce, pero no hay que quedarse en la superficie de esa minimalista expresión poética.  Cada haiku atrapa un instante de vida, una circunstancia, un tema y su entorno.  Sus  17 sílabas no dan espacio a las divagaciones.  Sus versos significan, son y se convierten en un largo camino a la identificación humana que lleva a quien los lee a lugares aparentemente olvidados de su propia realidad.
           
Y ya no es tan simple.
           
Se inicia su lectura y el haiku muta en un verdadero espejo, en el cual el lector logra reflejarse y recrearse.  Parte de lo cotidiano, de los detalles de la naturaleza, para sorprendernos con verdades eternas y universales, con esas realidades que compartimos todos sin darnos cuenta y que nos hacen parte de una conciencia humana común, aunque sólo intercambiemos en pequeñas cuotas permitidas por las razas y las culturas.  No en vano su origen es japonés, pero el significado del haiku es amplio, da lugar para todos.  Y es gracias  a esto que una venezolana a los 28 años se permite acomodarse en el género  y adaptarlo a la realidad del país donde nació, creció y se formó como escritora.  Aquí no importa su experiencia o sus reconocimientos, sólo basta su talento para retratar verdades y el peso sutil de su pluma sobre nuestras conciencias.  María Ramírez Delgado como autora va más allá e, incluso, se atreve a bautizar la historia del haiku en Venezuela, y se da el gusto de sacar el espejo y ponerlo allí, a la disposición de quien corra el riesgo de confrontarse con sus palabras, ya sea en Caracas, en Taipei, en Nueva York  o en Sofía.
           
Reflexionar sobre la base que da vida a los versos presentados en haikus me obliga a recordar a Gastón Bachelard, quien planteaba la diferencia entre contemplación e intervención.  Para establecerla, el filósofo  partía del elemento agua y consideraba su relación con  el elemento tierra.  En esa combinación ya estaba implicado el sentido de lo primigenio, en esa masa, en ese barro, en esa arcilla, ya venía dada  la esencia misma del hombre.  Se puede observar la masa, pensar en ella, proyectarla;  y se puede meter la mano en ella, darle forma, recrearla.  Allí está la diferencia entre contemplación e intervención.  Bachelard  deseaba que la filosofía metiera ambas manos  en el barro y que a partir de la creación siguiera camino.  El arte del haiku lo logra.  El lector mete el cuerpo por entero, porque no puede ser sólo un espectador de su verdad, y allí, adentro, entiende que la vida hace de esa mezcla de agua y tierra que fue modelada bajo un soplo divino.
           
En El barro de Lesbos y otros haikus (no podia ser mas acertado el título)  el lector queda atrapado sin que lo quiera.  Si se ama este subgénero literario difícilmente te puede ser un observador ajeno al ritmo impuesto por la corriente de emociones que encierran los versos de la autora.  Hay que caer, dejarse caer y permitirse llegar a la salida del camino de la mano de quien escribe los versos.
           
María  Ramírez Delgado camina libremente en este subgénero. Sus imágenes son cristalinas, puras, dispuestas a mostrar pasajes cotidianos casi intrascendentes y perpetuar con ellos las sensaciones que alborotan  las almas.  Se mueve con serenidad entre los temores, las alegrías, las ramas  que nos construyen la vida, casi como si avanzara por su casa, en donde ha vivido por años, y que conoce a la perfección.  Quien la lee se siente invitado a pasar, a sentarse a la sala junto a su familia, a dejarse atender por el asalto de sus nostalgias, por el grito de sus risas, por la quietud de sus paisajes, por el susto de sus afirmaciones,  por el espasmo de sus dudas, por la ambigüedad de sus sentimientos.  En cada rasgo que define sus versos hay, además,  una identidad nacional que hace de ellos una manifestación inequívoca del género.  Los maestros del haiku pueden advertir cómo ella cambia las lluvias tempranas del junio japonés  por las incontrolables lluvias del mayo venezolano, y cómo, sin casi advertirlo, nos hace recorrer la geografía del país a partir de pinceladas tan sutiles como turpial suspendido, perfume de chicharras o Avila rota.  Palabras que así, sueltas, ya nos brindan una ubicación espacial y casi, también temporal.  Cada haiku de María  Ramírez Delgado se nos abre como una historia a la que no podemos renunciar.
           
Ella intenta decir Dejé mi Safo/  en el barro de Lesbos/  se fue, no volvió pero el lector sabe que ha vuelto.  Y no hay opción, sólo queda sumergirse.

          












La experiencia peligrosa de los cuentos de María Ramírez Delgado. Carlos Noguera

Carlos Noguera

        
    Cuando en mi ya remota adolescencia me aproximé a los perturbadores textos de Horacio Quiroga, dos sensaciones asaltaron mi ánimo por igual: la certeza de hallarme frente a un maestro del relato (incluso frente al fundador de una cierta forma de relato) y el convencimiento de que el tema abordado en sus páginas (el mal, el horror, la crueldad, la muerte) requerían de un talento especial, ligado a la destreza narrativa de la que provenía, pero distinto a ella en varios sentidos.  Una vocación a la que, a falta de mejor nombre, llamaré la seducción por la sombra.  Esta palabra a la que Carl Gustav Jung quiso englobar todo lo que de  inferior, despreciable y primitivo entraña la naturaleza humana, cobró  para  mí  desde entonces   el  valor   de   un   territorio  escarpado  y  difícil   en    lo   que   hace    el      laborioso    oficio   de  narrador. Como un campo minado en cuyo recorrido cualquier descuido puede resultar fatal.

            Una impresión semejante me dejó el asombro que acompañó mi encuentro con Augusto Monterroso: aquellos cuentos compactos, casi mínimos, magistrales en su breve esfericidad con los que el escritor guatemalteco llenó buena parte de mis lecturas tempranas.

            Estos dos pormenores de fondo y forma, son los retos que este primer volumen de cuentos de María Ramírez Delgado acomete -y solventa- con singular acierto: el de la sombra y el de la concisión. Una doble labor a la que la autora ha cedido desde sus borradores iniciales.

         En efecto, conocí a María Ramírez Delgado en 1996, en el Taller de Narrativa  del   Centro   de Estudios Literarios Rómulo Gallegos, donde a la sazón me desempeñaba como  coordinador de grupo.  Callada, discreta, casi una niña para entonces, nuestra autora provocaba sorpresas en el equipo con sus agudas intervenciones y con sus cuentos, suerte de breviarios de la crueldad a los que nadie, al verla con su rostro tímido de adolescente discreta, casi frágil, se atrevía a asociarla.  Ninguno la creía capaz de conocer la maldad, ni siquiera en su costado imaginario.  Y sin embargo, es a la maldad, junto al horror, a quienes pertenece la pasta que atraviesa de título a colofón el espíritu de este volumen.

            Pero la filiación quiroguiana que estas páginas exhiben no se reduce a un problema de material a moldear... es también un asunto de pulso: esa crueldad    revestida  de  inocencia,  esa  maldad  que danza ante nosotros con una gracia infantil, casi tierna, esa vocación por la pesadilla en el velo del sueño.

            Pocos territorios de la sombra permanecen ajenos  a  la  exploración  que  el  texto  practica sobre ellos. No son infrecuentes las anécdotas protagonizadas por niños.  Éramos malos, por ejemplo, muestra el ensañamiento infantil contra un compañero de estudios que es golpeado hasta el borde de la muerte, o hasta el horror que se convierte en su equivalente a esa edad, la degradación inerte.  O Una dulce maestra, donde la puesta en escena asume el paisaje de la inquisición, con la señorita en el rol de Torquemada y el sacapuntas eléctrico en el de la hoguera.  O Justificaciones, que nos lleva a la amputación ritual que una niña practica sobre su madre.

            En Papá, la página gira en torno a la delicada mirada con la que el padre, viudo, arropa a la hija, con toda la tibieza del incesto.  Y en La virgen de las coquetas, la seducción y el asesinato de una adolescente nos son narrados, como en Akutagawua, por múltiples voces que nos traen y nos llevan, de modo alterno, desde la muerte hacia ella.
           
            Los personajes, aunque apenas rozados en la eternidad de las breves líneas que los contienen, se nos imponen con la contundencia de un asalto: bebiendo u obsequiando desde su aparente inocencia la infusión del horror.

            Los finales, como el subgénero lo exige, son fronteras contundentes, precisas, inesperadas, que rematan con certeza las historias.

            Y todo el escenario es sostenido por la sustancia de un lenguaje cuya economía de recursos responde a un ritmo que podríamos llamar implacable: la pendiente de la escritura conduce al lector, sin desvíos, hasta el cierre de la parábola donde lo aguarda el estupor de un mago o el espanto del Apocalipsis.

            En fin, creo no exagerar cuando afirmo que el acercamiento a estos cuentos de María Ramírez Delgado podría resultarles una experiencia peligrosa, y que en su lectura podrían no escapar sin heridas... aunque tampoco sin placer.  Por ambas razones (y por otras que la superstición me aconseja callar), no vacilo en retarlos a aventurarse en ellos.










Saludo a la poesía de María Ramírez Delgado. Marco Martos


Marco Martos


     Una de las imágenes más populares que ha quedado de Octavio Paz es aquella que imagina al ser humano como el individuo que da frutos sorprendentes, como el olmo que da peras. La poesía es, en ese sentido, algo sorprendente. Tal vez ése sea su único hábito, esa costumbre de ser inaudita; en todo lo demás es imprevisible. Los lectores de poesía en el Perú tenemos una idea que creemos aproximada de la gran tradición en lengua española y guardamos en nuestra memoria algunos nombres que apreciamos.

      Así, en lo que se refiere a Venezuela, nos son familiares, para citar algunos nombres, la preclara poesía de Andrés Bello y los relámpagos líricos de Juan Sánchez Peláez, Eugenio Montejo y Rafael Cadenas. Ahora tenemos el privilegio de conocer en Lima, de viva voz, los poemas de María Ramírez Delgado que son de una voz diferente que va haciendo un sitio de honor en la poesía del país de los llanos a través de su libro “Navajas sobre la mesa”. Lo que impacta de esta escritura, aparte de la realización impecable de cada uno de los textos, es la concepción misma del poema que difiere bastante de la de sus ilustres predecesores. Ellos, como tantos otros, concebían el poema como una unidad cerrada. Andrés Bello o Eugenio Montejo, desarrollan un tema, la agricultura o el siglo XX, lo comienzan, desarrollan y le dan fin; Juan Sánchez Peláez, con su entraña surrealista, traslada a la hoja en blanco sus incandescentes sueños; Rafael
Cadenas, concentra su lección en pocas palabras como si fuese un maestro zen que habla a veces de un modo sentencioso. María Ramírez Delgado, a diferencia de todos ellos, no tiene una idea previa del texto, sino que línea a línea éste va adquiriendo diferentes sentidos. Ella tiene lo que el Perú, de un modo irónico Eleodoro Vargas Vicuña llamaba “ojo de ver”, la frase sorprende que alude al otro ojo no nombrado, apenas aludido, el ojo del “no ver”. 

     La poeta venezolana sabe descubrir lo insólito en la vida cotidiana y sabe trasladarlo, junto con lo sólito, a la página en blanco y sabe crear así un mundo de extraña belleza. Su poesía no está en las sílabas bien contadas, ni en la suave belleza de los acentos bien colocados. Está en la concentración de las palabras, en la convicción de que vida es siempre sorpresa. Leyendo sus poemas sentimos la voz de una mujer de este tiempo; cada una de las líneas de los textos que ofrece, está cargada de este sentido, vocablos y que de tanto perorar terminan no diciendo nada. 

        La poesía de María Ramírez Delgado nos impacta por su tersa belleza y porque nos hace reflexionar sobre el destino y la condición de los seres humanos.

Navajas sobre la mesa. Ana María García

Por: Ana María García

     Mis alumnos de doce o trece años podrían preguntarse, todavía con alguna inocencia, por qué hacer poesía sin que esta sea un cántico al amor, entendiendo, por supuesto, el amor en una sola de sus múltiples aristas, la que creamos cuando sentimos la vida desbordándose por un cuerpo que va girando mientras juega con formas diferentes. La razón de esta supuesta pregunta es clara, la lectura que quieren hacer de cualquier  poema es sólo la que pueden hacer, aquella que producen desde su propia experiencia.

     Lo sabemos, nadie puede escribir de aquello que no ha vivido de alguna manera. Del mismo modo, quién lee poesía, sólo lo hace desde su vivencia. La frase poética, el verso, va tejiendo sus propias redes en nosotros, pueden o no, coincidir con las del poeta, pero en todo caso, el poeta ha terminado su misión en su última lectura. Ha dejado rastros entre las páginas, medidos o desbordados, son sólo pasos, rasgos, imágenes, hitos, Es ese su regalo; en esas palabras actuales, es esa su “oferta”. Nos toca a nosotros. No el vano intento de desentrañar significaciones sino el fructuoso encanto de jugar con ellas a nuestro antojo, que no será otra cosa que el levantar los velos que cubren nuestras propias nostalgias. El espejo al deconstruir pondrá en evidencia el “es” sobre el “está”, la resonancia sobre el graffiti, el ángulo sobre el panorama. Desde esta perspectiva, asumo la responsabilidad de mi lectura de Navajas sobre la mesa, lectura comparto con ustedes.


     Navajas sobre la mesa, el libro de Maria Ramírez Delgado, llegó a mis manos por la generosidad de mi entrañable amigo, Hildebrando*. Desde su diseño hasta su última expresión no solo me cautivaron estéticamente sino que me permitieron un nivel de identificación pocas veces conseguido después de la primera lectura. La experiencia profunda de desolación se convirtió así en una experiencia de comunión, el dolor se intensifico en el reconocimiento del dolor doblado, la ensoñación de la inexistencia se inclinó reduciendo sus ángulos hasta los más obtusos y sin embargo, o quizás precisamente por ello, las profundidades hermanas, desde las vísceras hasta las alucinaciones me permitieron el grito silente de la vida que salta o que se filtra o que se esconde o que nace o que se derrama o que se escapa o que salpica o que babea, pero que de una u otra forma permanece húmeda y resistente en cada uno de los versos, en cada una de las palabras que los hacen para que los vayamos haciendo.

     La palabra de la poeta nos arrastra a un mundo escondido en el que la razón no solo es insuficiente sino que es quién permite que el corte se haga doloroso. Indudablemente, no podemos optar por ella. Optamos sí, por ese cuarto poblado de imágenes que es el manicomio blanco donde nos encontramos frente nosotros:  Me encuentro / con la otra / la contenida por mi. …Ella y yo / nos encontramos, / inevitablemente / en la orilla del silencio. Ese cuarto blanco que despliega el poema serán acaso los mismos versos frente al papel, recorriendo asustados el único camino por el que van todas las voces, desde las
primeras plurales hasta las mas hondas que resumen los golpes, los ruidos, los gemidos en los mismos versos frente al papel, recorriendo asustados el único camino por el que van todas las voces, desde las primeras plurales hasta las mas hondas que resumen los golpes, los ruidos, los gemidos en los que nos revolcamos, nosotros, ellos, todos… Y de ese enfrentamiento lo único posible es la locura, un limite imperceptible: Entre la sal y la playa: / Razón / Locura / un chorro de tinta sobre las sábanas / línea delgada, / una lombriz / es la frontera.
Corte de Sal, el poema que abre el poemario. ¿un poema tanático? Me pregunto y es inevitable, imágenes que se van formando, navaja, cortes, sal, con su doble dimensión de hacer unión ¿Entre herida y sal? El contrapunto entre águila y ángel, la afirmación de no regresar a la hediondez… pero ¿cuál es la hediondez…? Es quizás la de allá cuando nos preguntamos qué tan lejos esta la playa o qué se esconde al otro lado, o es aquí / donde las horas / corren al revés / y el sentido no / existe. En todo caso, algo equivocado viene haciéndonos una compañía eterna en lo absurdo de una aventura vendida desde un destierro lejano, que bien puede experimentarse como una condena, condenada, es el título de un poema que llama a la muerte desde su consistencia de vacío en la estrofa primera, para luego presentarnos de ella su sensación de liberación a través de la transfusión de una “espesa blancura de huesos”, la aniquilación de aquello que estorba por su exagerada presencia puede trasmutarse en los mismos huesos imperecederos pero ahora durmientes, en tal pasividad que jamás se volverá a sentir. Sentir o no sentir es el limite imperceptible casi, pero el definitivo.

      La mención del vidrio flotante cerca del cuello conlleva el enlace de una provocación. La búsqueda de la inacción final, por ello no es gratuito el poema homenaje a Chantal Sebire, una mujer que logra su propia eutanasia desde la defensa de la dignidad, y es que acaso, como decíamos en un principio, cuando hablábamos del primer poema Corte de sal. ¿No es acaso más limpio, más propiamente humano el no ver más frente al espejo, el propio monstruo atormentado? Como nos lo refiere en este poema… entonces, tus días son indestructibles. ¡Cuánto espanto pueden engendrar!

      La consistencia, en términos de peso versus ingravidez atraviesa las imágenes que los poemas nos transmiten. Versos referidos al cuerpo en sus formas múltiples en las que él puede perderse hacia la ingravidez que es este caso es la espera del no, o quizá la no espera sino la aceleración hacia el último no, al dolor.

      ¿Puede haber acaso un mayor goce que la ensoñación de la muerte, entendida como final? Solo el poeta es capaz de vivirlo desde la gloria. No es acaso el poema último, el ultimo de los versos el que más amamos porque la sensación de muerte que con él experimentamos, nos remite al gozo de la nada?

     La poesía es en definitiva, la carne bajo la que y con la que nos afiliamos para dar el grito eterno de la vida y de la muerte. La una y la otra, la otra y la una, van y vienen al comprar cotidiano en ficticia realidad cuya conjunción esperamos; cuando ese día llegue la poesía quizá ya no nos pertenezca, mientras tanto gocemos de ella.

     Gracias a María Ramírez Delgado cuyo verbo nos ha permitido ser carne por un
momento.
Abril, 2010.

Navajas sobre la mesa de María Ramírez Delgado. Laura Antillano

Por: Laura Antillano

      María Ramírez Delgado ha publicado antes de este libro dos poemarios: En el barro de Lesbos (2002) y Quemaduras (2004), Navajas sobre la mesa aparece con cinco años de distancia. La escritora en estas páginas expresa un mundo complejo, lleno de aristas particulares.

Encontramos en “Navajas sobre la mesa” la presencia de un lenguaje poético limpio, despojado de ornamentos y artificios, es este un decir sin concesiones, sin mentiras, sin protocolos.

La noción del poema se levanta como el disparo de un arma, apuntalando el blanco, y las palabras llegan al lector con la fuerza infinita de un texto emotivo, profundo, original en su gramática interior.

La lectura nos conduce a través de sensaciones traducidas en presentimientos.
“Lo que queda, / inconsciente,/ borroso,/se balancea en el desequilibrio de la
amargura,/”(p.9).

Las imágenes del paisaje externo, definen: “jardines, / laberintos submarinos,
/asquerosos, Espacios sin derecho a espacio, lugar del desencanto y el desequilibrio, la desesperación y el dolor se reúnen en el verbo, creando imágenes que muestran el filo de la oscuridad.

La estructura del poemario nace de la conjunción de textos cuyo punto de encuentro conecta el proceso de morir en vida, con la sensación interiorizada de la angustia inaplazable.

La recurrencia a imágenes marinas, al paisaje humano de la familia, o la misma
inconsistencia del acto de parir o abortar en términos de expulsión incontenible, dibujan lo no previsto o deseado, (“En el desfiladero del vientre/ una mínima cabeza se asoma. (…)

Envuelto en inmundicia sale, parte de su boca colgaba/ dócil hacia el lado
derecho/…/Jamás preparé una cuna, no hacía falta.”(p.25)

Se suma al recuento de elementos que constituyen el espacio acusado de lo no dicho, el pulso sincopado de la oscuridad, en un respirar en estertores, sin esperanza. Las razones de identificación de unos y otros tiene que ver con la conciencia de ser abandonados(as), condenados (as), en un intento por asir otro lugar, liberarse del fardo sobre la espalda, soltar la trenza, trasladarse a otra dimensión, encontrarse en la otra que se lleva dentro.

“Me encuentro/ con la otra, / la contenida por mí/Ella/ que esconde nuestra cara entre las  manos” (p.10-11).

Pero la comunidad de lo secreto, la consciencia de que “el monstruo duerme atado con un hilo de saliva”, es la línea conductora del emparejamiento.
“Los gusanos nos acompañan murmurando sus secretos” (p. 45) La construcción de atmósferas misteriosas, dolorosas, expresando el estar en el instante
mismo del sentimiento de laceración, es, en este libro, una demostración de dominio del lenguaje, en términos de originalidad, con una huella profundamente contemporánea.

María Ramírez Delgado nos sacude y confronta, abre puertas de un poema a otro,
situándonos como lectores, ante un espacio subjetivo rico en imágenes desgarradoras y efectivas.

La escritora conecta motivos distintos, certificados a través de la división del libro en partes, pero un mar de leva es el común denominador, expresando vasos comunicantes entre unos textos y otros. Los motivos de angustia, la cita a Chantal Sebiré (“El 19 de marzo de 2008, fue encontrada muerta en su casa Chantal Sebiré, esta profesora sufría de un raro tipo de cáncer incurable, deformante y doloroso hasta la invalidez” p.68), con la dedicatoria explícita del poema titulado: “Sin apelaciones”, combinado con los textos de Cocaína, Melancólicos, Pinchazos, Cremarse, Secuencia de alfombra o Navajas sobre la
mesa, ponen en comunicación coherente inquietantes motivaciones al dolor.

María Ramírez Delgado logra engranar las piezas del rompecabezas, al elaborar un tono poético al conjunto, de mucha altura, alejado de lo plañidero, pero de profunda expresividad trágica.

Pensamos que esta obra de la escritora tiene un lugar de innegable importancia en la  poesía venezolana de hoy.

(2009)
lauramercedes2002@yahoo.com

Navajas sobre la mesa o el ángel del dolor. Aleyda Quevedo Rojas


Por: Aleyda Quevedo Rojas

Maria Ramírez Delgado, Poeta, narradora y orfebre. En su más reciente poemario Navajas sobre la mesa, uno de los motivos que nos convoca en esta tarde-noche y que además, ha sido el pretexto para que visite por segunda vez Quito, María ha labrado como el buen orfebre que es una joya minuciosa y de complejas estructuras que se asemejan más a los aretes de filigrana que a los collares de eslabones de plata. Finos cortes del corazón se entrelazan con los hilos de oro que juegan con oscuras emociones y piedras semi preciosas cuyo destello nos hablan de la angustia, los secretos como llagas, el suicidio y la muerte. 25 poemas concisos, limpios, perfectamente armados con palabras que evocan, reflexionan e implacables condensan ese universo de la muerte por mano propia como el más puro, irreverente y divino acto de ejercicio de libertad.

Ardiendo cuerpo y espíritu, así, en ese estado turbador, necesario y cruel nos ponen algunos poemas que con sus filos o dobles filos, como si de dagas ancestrales se tratara, nos interrogan sobre la tristeza, la felicidad, la mano suicida y el dolor. Porque posiblemente la extensión vastísima y misteriosa del dolor sea el centro de este poemario. El dolor como un camino para despojarse de las vanidades y el poder. El dolor como una isla colectiva que permite leer las realidades. El dolor para sentir las laceraciones infinitas de la felicidad. El dolor para decodificar una sociedad que aún se niega a comprender y garantizar el ejercicio de los derechos humanos más complejos y desgarradores, entre ellos: la eutanasia, es decir la libertad de elegir nuestra propia muerte con dignidad y honor.  El poema titulado “Sin apelaciones” y dedicado a la memoria de Chantal Sébire profundiza en el debate sobre las libertades en estos tiempos crueles.

La poeta nos dice, en el texto que da nombre al libro: “vamos a poner dos navajas sobre la mesa/ míralas y no permitas que el reflejo se te meta por los ojos, creerían que tienen derecho a enseñar la manera de herirnos, a inmiscuirse en cómo lacerarnos en el placer”. La complejidad del dolor late fuerte en estos versos y en las voces que resuenan en este cuaderno.

Esta poesía de María es, de muchas formas, una introspección y un análisis constante de emociones que gracias al lenguaje poético logra vencer los límites de lo personal y alcanza ha conectar con los otros.

La gran poeta peruana Blanca Varela decía que “la poesía no debe servir para contar lo que a una le sucede, prefiero dejar que esas vivencias se transformen en reflexiones, en palabras”. Y justamente, esto es lo que María Ramírez Delgado ha logrado con el corpus de Navajas sobre la mesa. Reflexiones en versos para entender la necesidad del ser humano por el placer, la soledad, el dolor y la muerte.

María Ramírez Delgado viene de presentar esta joya de versos en Lima, el año pasado lo presentó en Caracas, la ciudad donde vive y trabaja y luego en Bogotá, en el marco de  la Feria del Libro de esta ciudad; y en Bogotá fue el poeta Juan Manuel Roca quien presentó el poemario y escribió esto sobre él:

"Son poemas, los suyos, hecho pulsiones dulce-amargas, de unos trozos de vida feroces y sutiles a la vez, encabalgados en imágenes fulgurantes: caballos desmembrados o "dioses de trapo", abismos cercanos, "migajas de futuro" que a veces regresa con algo milagroso y terrible a punto de ocurrir, dependiendo de la caída de la moneda lanzada al aire".

Coincido con Roca en las pulsiones dulces y amargas que se sienten en los poemas, ahí es donde radica la conexión conceptual con el territorio del dolor. Pulsiones, pinchazos, heridas y llagas que componen los actos cotidianos y reales y los hechos surreales que también pueblan nuestras vidas.

Al final, me gustaría leerles las palabras que el maestro de la narrativa venezolana José Balza, escribe en la contraportada de la sobria y preciosa edición de Navajas sobre la mesa, editado por bid & co. Editor: “María Ramírez Delgado, tal vez sin haberlo advertido, encarna entre nosotros la
misma voz de aquella monja, sor María de los Ángeles (1770-1818), que respondió al dolor con sus versos durante el terremoto de 1812”.

Absolutamente es el ángel del dolor, deliciosamente perverso y necesario, emergente y total el que nos acerca a este poemario. Responder al dolor con la voluntad de la poesía. Con la subversión continua que es la poesía, esto es lo que ha hecho María con su impecable libro.

Quito, abril 2009
(Eliot decía que abril es el mes más cruel)

Sobre Navajas sobre la mesa. Juan Manuel Roca


Por: Juan Manuel Roca

El título de este libro de poemas de María Ramírez Delgado, "Navajas sobre la mesa", nos habla desde diferentes registros y muy a las claras de un mundo riesgoso asentado en lo cotidiano.

Y esto tiene ocurrencia en un encuentro de contrarios, en diálogos de antípodas. Nada más sereno que una mesa, nada más inquieto e inquietante que un haz o una gaveta de navajas.

Este juego abismal, este repertorio de contrario, es algo que conduce desde una tensión de elementos líricos a una alteridad, a una presencia del otro y de lo otro.

Son poemas, los suyos, hecho pulsiones dulce-amargas, de unos trozos de vida feroces y sutiles a la vez, encabalgados en imágenes fulgurantes: caballos desmenbrados o "dioses de trapo", abismos cercanos, "migajas de futuro" que a veces regresa con algo milagroso y terrible a punto de ocurrir, dependiendo de la caída de la moneda lanzada al aire.

Encuentro en estos poemas, como en un cuento formidable de Guimaraes Rosa, una "tercera orilla del río".  De un lado está la orilla razonadora, la orilla más o menos calma de la razón y de otro lado nos visitan los linderos del delirio, algo que uno de sus versos podría definir de forma inquietante como "los sueños de la inexistencia". Lo que no existe ronda muy buena parte de sus versos.

La poesía de María Ramírez Delgado está hecha de feroces desgarraduras, de pálpitos y ensalmos, de una relación de hechos reales y surreales puesta en la balanza de su palabra. Por momentos se adentra en territorios evanescentes, por instantes se cobija con la fijeza de un instante, de un tiempo que sostiene evocaciones pinchadas más que en la rueca del sueño  en un cruel alfiletero de mariposas, de alas truncas.

Respiraciones nocturnas, la inminencia de la muerte, "navajas hechas de tierra", estos poemas nos hablan de pálpitos, de la inmanencia de la vida en la muerte y de esta como alimento de ella.

Otra cosa a celebrar es su lenguaje, no pocas veces de talante expresionista. Su rigurosa preocupación porque la lengua exprese lo sentido, la transparencia estival aún cuando habla de zonas oscuras, de una carga de sueños que le dictan sus ritmos y acentos, como si fuera una médium, una amanuense de razones venidas del trasmundo.

Sólo quiere una pequeña nota, a vuelapluma, señalar algunas de las maravillosas propiedades con las que María Ramírez Delgado ha ido dotando, con imágenes y evocaciones, a su bella e inquietante poesía.

13 de agosto de 2009.

Feria Internacional del Libro de Bogotá

Navajas sobre la mesa. María Antonieta Flores

 Por: María Antonieta Flores

Quemaduras, poemario publicado en 2004 por la Colección Vitrales de Alejandría de la Editorial Eclepsidra y que antecede a éste que hoy celebramos, Navajas sobre la mesa, culmina con estos versos:

tus manos al tocarme
hacen en mí quemaduras
canta tu acero, mis heridas ascienden tras la arista de sus dagas
quedo abierta como el durazno maduro.

Esta herida abierta que queda declarada en Quemaduras, es ahora revelada en mayor profundidad.

Estamos, entonces, frente a una escritura que busca coherencia y unidad bajo la égida del dolor como expresión de lo humano.

En este poemario no sólo es la herida sino las imágenes de los instrumentos punzopenetrantes, quemantes o cortantes los que también habitan los poemas.

Es éste un sucinto pero intenso catálogo del dolor en un discurso que a veces recuerda los primeros libros  de María Auxiliadora Álvarez en el tratamiento del lenguaje mas no en las imágenes, y nos sumerge en la imaginería de los films del horror cuya popularidad solo confirma la necesidad de hacer brotar hacia la superficie, lo más reprimido de las vivencias cotidianas y sus resonancias interiores.

Del desagradable poema del parto al patético texto de la eutanasia, al delicado desplazamiento que no huye de posarse en el pasamanos de hojillas, hay una propuesta sólida e inquietante, necesaria en estos tiempos de pensamientos positivos y conjuros para lo amable, cuando la realidad es un tejido de lo oscuro y la luz, de lo bueno y lo malo, del placer y del dolor.

Poesía no complaciente.

Esta ha sido la elección de María Ramírez Delgado o su destino en el la escritura.

Si el poemario puede ser leído de manera directa como la confesión de un yo que acepta y convive con el dolor que puede evocar el espectro de lo masoquista, creo que la elaboración estética no se detiene en algo tan obvio, toda vez que las imágenes irrumpen como burbujas que estallan del inconsciente y propician la sensación de un dolor colectivo y propio del ser humano atravesado por todas las contradicciones intensificadas en este siglo.

Por ello, no es gratuito lo que afirma en dos versos: “ de las alucinaciones / que me guían desde el caos”. Porque indudablemente la escritura organiza el caos y le da sentido a las filas de cocaína o a las quemaduras de cigarro, señales de la evasión y de lo desesperado, de lo deseperanzado.

Todas las imágenes de dolor, cortadura, desagrado, son un camino que llevan a la iluminación de los oscuros lugares de la interioridad: “el zarpazo de la navaja ilumina la habitación” escribe María Ramírez Delgado. Al nombrarlos, los conjura y conjura nuestros propios y reprimidos dolores.

Así, si bien en la mesa se coloca el pan y el vino para compartir, también se colocan las cartas –abiertas si se huye de la trampa- y también se colocan dos navajas que representan a dos seres humanos capaces de enfrentarse a las heridas y mantenerse unidos a sabiendas de que la herida es la más certera promesa que la vida nos ofrece.

Por ello , invito al lector a dejarse cortar por estas navajas que no desgarran sino que cuestionan el mundo quieto que intentamos constuir y colocan frente a los dolores reprimidos y frente a lo no confesado.

Debemos descender con estos versos a un Hades  de cruel ofrenda pero sólo para emerger conociéndonos más y si no liberados, conscientes de las heridas que nos sotiene en el tejido de lo humano y de lo cruel, porque "En la mañana, la piel pulcrísima se empeñarña en sanar, de nuevo." y para, asi, llegar a la ternura -imposible obviarla y valiente desearla- como así la evoca en el verso final de "Corte de sal": "la ternura espera mis venas para cruzar la esquina."

Sea así bienvenido Navajas sobre la mesa" y las imágenes escarbadas hasta los huesos donde conviven la vida y la muerte en la voz de María Ramírez Delgado.

Caracas, 26 de septiembre de 2009