Por: María Antonieta Flores
Quemaduras, poemario publicado en 2004 por la
Colección Vitrales de Alejandría de la Editorial Eclepsidra y que antecede a
éste que hoy celebramos, Navajas sobre la mesa, culmina con estos
versos:
tus manos al tocarme
hacen en mí quemaduras
canta tu acero, mis heridas ascienden tras la arista de
sus dagas
quedo abierta como el durazno maduro.
Esta herida abierta que queda declarada en Quemaduras, es ahora
revelada en mayor profundidad.
Estamos, entonces, frente a una escritura que busca coherencia y unidad
bajo la égida del dolor como expresión de lo humano.
En este poemario no sólo es la herida sino las imágenes de los instrumentos
punzopenetrantes, quemantes o cortantes los que también habitan los poemas.
Es éste un sucinto pero intenso catálogo del dolor en un discurso que a
veces recuerda los primeros libros de
María Auxiliadora Álvarez en el tratamiento del lenguaje mas no en las
imágenes, y nos sumerge en la imaginería de los films del horror cuya
popularidad solo confirma la necesidad de hacer brotar hacia la superficie, lo
más reprimido de las vivencias cotidianas y sus resonancias interiores.
Del desagradable poema del parto al patético texto de la eutanasia, al
delicado desplazamiento que no huye de posarse en el pasamanos de hojillas, hay
una propuesta sólida e inquietante, necesaria en estos tiempos de pensamientos
positivos y conjuros para lo amable, cuando la realidad es un tejido de lo
oscuro y la luz, de lo bueno y lo malo, del placer y del dolor.
Poesía no complaciente.
Esta ha sido la elección de María Ramírez Delgado o su destino en el la
escritura.
Si el poemario puede ser leído de manera directa como la confesión de un yo
que acepta y convive con el dolor que puede evocar el espectro de lo
masoquista, creo que la elaboración estética no se detiene en algo tan obvio,
toda vez que las imágenes irrumpen como burbujas que estallan del inconsciente
y propician la sensación de un dolor colectivo y propio del ser humano
atravesado por todas las contradicciones intensificadas en este siglo.
Por ello, no es gratuito lo que afirma en dos versos: “ de las
alucinaciones / que me guían desde el caos”. Porque indudablemente la escritura
organiza el caos y le da sentido a las filas de cocaína o a las quemaduras de
cigarro, señales de la evasión y de lo desesperado, de lo deseperanzado.
Todas las imágenes de dolor, cortadura, desagrado, son un camino que llevan
a la iluminación de los oscuros lugares de la interioridad: “el zarpazo de la
navaja ilumina la habitación” escribe María Ramírez Delgado. Al nombrarlos, los
conjura y conjura nuestros propios y reprimidos dolores.
Así, si bien en la mesa se coloca el pan y el vino para compartir, también
se colocan las cartas –abiertas si se huye de la trampa- y también se colocan
dos navajas que representan a dos seres humanos capaces de enfrentarse a las
heridas y mantenerse unidos a sabiendas de que la herida es la más certera
promesa que la vida nos ofrece.
Por ello , invito al lector a dejarse cortar por estas navajas que no
desgarran sino que cuestionan el mundo quieto que intentamos constuir y colocan
frente a los dolores reprimidos y frente a lo no confesado.
Debemos descender con estos versos a un Hades de cruel ofrenda pero sólo para emerger
conociéndonos más y si no liberados, conscientes de las heridas que nos sotiene
en el tejido de lo humano y de lo cruel, porque "En la mañana, la piel
pulcrísima se empeñarña en sanar, de nuevo." y para, asi, llegar a la
ternura -imposible obviarla y valiente desearla- como así la evoca en el verso
final de "Corte de sal": "la ternura espera mis venas para
cruzar la esquina."
Sea así bienvenido Navajas sobre la mesa" y las imágenes
escarbadas hasta los huesos donde conviven la vida y la muerte en la voz de
María Ramírez Delgado.
Caracas, 26 de septiembre de 2009