Navajas sobre la mesa. Ana María García

Por: Ana María García

     Mis alumnos de doce o trece años podrían preguntarse, todavía con alguna inocencia, por qué hacer poesía sin que esta sea un cántico al amor, entendiendo, por supuesto, el amor en una sola de sus múltiples aristas, la que creamos cuando sentimos la vida desbordándose por un cuerpo que va girando mientras juega con formas diferentes. La razón de esta supuesta pregunta es clara, la lectura que quieren hacer de cualquier  poema es sólo la que pueden hacer, aquella que producen desde su propia experiencia.

     Lo sabemos, nadie puede escribir de aquello que no ha vivido de alguna manera. Del mismo modo, quién lee poesía, sólo lo hace desde su vivencia. La frase poética, el verso, va tejiendo sus propias redes en nosotros, pueden o no, coincidir con las del poeta, pero en todo caso, el poeta ha terminado su misión en su última lectura. Ha dejado rastros entre las páginas, medidos o desbordados, son sólo pasos, rasgos, imágenes, hitos, Es ese su regalo; en esas palabras actuales, es esa su “oferta”. Nos toca a nosotros. No el vano intento de desentrañar significaciones sino el fructuoso encanto de jugar con ellas a nuestro antojo, que no será otra cosa que el levantar los velos que cubren nuestras propias nostalgias. El espejo al deconstruir pondrá en evidencia el “es” sobre el “está”, la resonancia sobre el graffiti, el ángulo sobre el panorama. Desde esta perspectiva, asumo la responsabilidad de mi lectura de Navajas sobre la mesa, lectura comparto con ustedes.


     Navajas sobre la mesa, el libro de Maria Ramírez Delgado, llegó a mis manos por la generosidad de mi entrañable amigo, Hildebrando*. Desde su diseño hasta su última expresión no solo me cautivaron estéticamente sino que me permitieron un nivel de identificación pocas veces conseguido después de la primera lectura. La experiencia profunda de desolación se convirtió así en una experiencia de comunión, el dolor se intensifico en el reconocimiento del dolor doblado, la ensoñación de la inexistencia se inclinó reduciendo sus ángulos hasta los más obtusos y sin embargo, o quizás precisamente por ello, las profundidades hermanas, desde las vísceras hasta las alucinaciones me permitieron el grito silente de la vida que salta o que se filtra o que se esconde o que nace o que se derrama o que se escapa o que salpica o que babea, pero que de una u otra forma permanece húmeda y resistente en cada uno de los versos, en cada una de las palabras que los hacen para que los vayamos haciendo.

     La palabra de la poeta nos arrastra a un mundo escondido en el que la razón no solo es insuficiente sino que es quién permite que el corte se haga doloroso. Indudablemente, no podemos optar por ella. Optamos sí, por ese cuarto poblado de imágenes que es el manicomio blanco donde nos encontramos frente nosotros:  Me encuentro / con la otra / la contenida por mi. …Ella y yo / nos encontramos, / inevitablemente / en la orilla del silencio. Ese cuarto blanco que despliega el poema serán acaso los mismos versos frente al papel, recorriendo asustados el único camino por el que van todas las voces, desde las
primeras plurales hasta las mas hondas que resumen los golpes, los ruidos, los gemidos en los mismos versos frente al papel, recorriendo asustados el único camino por el que van todas las voces, desde las primeras plurales hasta las mas hondas que resumen los golpes, los ruidos, los gemidos en los que nos revolcamos, nosotros, ellos, todos… Y de ese enfrentamiento lo único posible es la locura, un limite imperceptible: Entre la sal y la playa: / Razón / Locura / un chorro de tinta sobre las sábanas / línea delgada, / una lombriz / es la frontera.
Corte de Sal, el poema que abre el poemario. ¿un poema tanático? Me pregunto y es inevitable, imágenes que se van formando, navaja, cortes, sal, con su doble dimensión de hacer unión ¿Entre herida y sal? El contrapunto entre águila y ángel, la afirmación de no regresar a la hediondez… pero ¿cuál es la hediondez…? Es quizás la de allá cuando nos preguntamos qué tan lejos esta la playa o qué se esconde al otro lado, o es aquí / donde las horas / corren al revés / y el sentido no / existe. En todo caso, algo equivocado viene haciéndonos una compañía eterna en lo absurdo de una aventura vendida desde un destierro lejano, que bien puede experimentarse como una condena, condenada, es el título de un poema que llama a la muerte desde su consistencia de vacío en la estrofa primera, para luego presentarnos de ella su sensación de liberación a través de la transfusión de una “espesa blancura de huesos”, la aniquilación de aquello que estorba por su exagerada presencia puede trasmutarse en los mismos huesos imperecederos pero ahora durmientes, en tal pasividad que jamás se volverá a sentir. Sentir o no sentir es el limite imperceptible casi, pero el definitivo.

      La mención del vidrio flotante cerca del cuello conlleva el enlace de una provocación. La búsqueda de la inacción final, por ello no es gratuito el poema homenaje a Chantal Sebire, una mujer que logra su propia eutanasia desde la defensa de la dignidad, y es que acaso, como decíamos en un principio, cuando hablábamos del primer poema Corte de sal. ¿No es acaso más limpio, más propiamente humano el no ver más frente al espejo, el propio monstruo atormentado? Como nos lo refiere en este poema… entonces, tus días son indestructibles. ¡Cuánto espanto pueden engendrar!

      La consistencia, en términos de peso versus ingravidez atraviesa las imágenes que los poemas nos transmiten. Versos referidos al cuerpo en sus formas múltiples en las que él puede perderse hacia la ingravidez que es este caso es la espera del no, o quizá la no espera sino la aceleración hacia el último no, al dolor.

      ¿Puede haber acaso un mayor goce que la ensoñación de la muerte, entendida como final? Solo el poeta es capaz de vivirlo desde la gloria. No es acaso el poema último, el ultimo de los versos el que más amamos porque la sensación de muerte que con él experimentamos, nos remite al gozo de la nada?

     La poesía es en definitiva, la carne bajo la que y con la que nos afiliamos para dar el grito eterno de la vida y de la muerte. La una y la otra, la otra y la una, van y vienen al comprar cotidiano en ficticia realidad cuya conjunción esperamos; cuando ese día llegue la poesía quizá ya no nos pertenezca, mientras tanto gocemos de ella.

     Gracias a María Ramírez Delgado cuyo verbo nos ha permitido ser carne por un
momento.
Abril, 2010.