Por: Juan Manuel Roca
El título de este
libro de poemas de María Ramírez Delgado, "Navajas sobre la mesa",
nos habla desde diferentes registros y muy a las claras de un mundo riesgoso
asentado en lo cotidiano.
Y esto tiene
ocurrencia en un encuentro de contrarios, en diálogos de antípodas. Nada más
sereno que una mesa, nada más inquieto e inquietante que un haz o una gaveta de
navajas.
Este juego abismal,
este repertorio de contrario, es algo que conduce desde una tensión de
elementos líricos a una alteridad, a una presencia del otro y de lo otro.
Son poemas, los
suyos, hecho pulsiones dulce-amargas, de unos trozos de vida feroces y sutiles
a la vez, encabalgados en imágenes fulgurantes: caballos desmenbrados o
"dioses de trapo", abismos cercanos, "migajas de futuro"
que a veces regresa con algo milagroso y terrible a punto de ocurrir,
dependiendo de la caída de la moneda lanzada al aire.
Encuentro en estos
poemas, como en un cuento formidable de Guimaraes Rosa, una "tercera
orilla del río". De un lado está la
orilla razonadora, la orilla más o menos calma de la razón y de otro lado nos
visitan los linderos del delirio, algo que uno de sus versos podría definir de
forma inquietante como "los sueños de la inexistencia". Lo que no
existe ronda muy buena parte de sus versos.
La poesía de María
Ramírez Delgado está hecha de feroces desgarraduras, de pálpitos y ensalmos, de
una relación de hechos reales y surreales puesta en la balanza de su palabra.
Por momentos se adentra en territorios evanescentes, por instantes se cobija
con la fijeza de un instante, de un tiempo que sostiene evocaciones pinchadas
más que en la rueca del sueño en un
cruel alfiletero de mariposas, de alas truncas.
Respiraciones
nocturnas, la inminencia de la muerte, "navajas hechas de tierra",
estos poemas nos hablan de pálpitos, de la inmanencia de la vida en la muerte y
de esta como alimento de ella.
Otra cosa a celebrar
es su lenguaje, no pocas veces de talante expresionista. Su rigurosa preocupación
porque la lengua exprese lo sentido, la transparencia estival aún cuando habla
de zonas oscuras, de una carga de sueños que le dictan sus ritmos y acentos,
como si fuera una médium, una amanuense de razones venidas del trasmundo.
Sólo quiere una
pequeña nota, a vuelapluma, señalar algunas de las maravillosas propiedades con
las que María Ramírez Delgado ha ido dotando, con imágenes y evocaciones, a su
bella e inquietante poesía.
13 de agosto de 2009.
Feria Internacional
del Libro de Bogotá