Los rituales de San Juan Bautista


    Debo a mi abuela el develamiento de un mundo mágico y hermético. Ella había nacido en San Juan Bautista, un pueblo de la isla de Margarita a principios del Siglo XX, en una huerta fértil y complaciente y como parte de una familia enciclopédica.  Es por eso que la herencia de mi abuela se componía precisamente de las experiencias de su nacimiento en ese pueblo asombroso, por lo que cada 24 de junio, día de San Juan Bautista, era impostergable realizar una serie de rituales que nos señalarían el futuro, el amor y la vida. 
Josefina Gamboa, 1950
    Era imperioso al despertarse el día de San Juan Bautista cumplir con la liturgia de ir hasta el río o alguna fuente para verse la cara reflejada en el agua que corría, esa revelación garantizaba la vida hasta la próxima festividad, y no hacerlo era presagio de muerte.  Asimismo, al mediodía uno podía escuchar el rumor del Jordán corriendo invulnerable bajo la tierra.
     Las jóvenes venían a mi casa para que mi abuela interpretara los símbolos ligados al agua como una sacerdotisa o un antiguo oráculo. Les bautizaba sus agujas nuevas con los nombres de los enamorados que, al flotar en el agua de un tazón, revelaban cuál de ellos realmente las amaba. Antes del mediodía hacíamos la ceremonia de las velas, con velas blancas, sin usar, cuya esperma se echaba en una tinaja con agua, luego mi abuela retiraba la esperma endurecida y encontraba en sus blancas formas la vida de las jóvenes. –Veo una casa grande, con un jardín y tú estás en ella.  –Les decía. Otras veces la vela era un vestido de novia o un hijo o una fiesta.
   
La huerta en San Juan Bautista, Margarita, 1981

    Y después del paso del Jordán,  se tomaba un huevo y se vertía en un vaso con agua que revelaría con el atardecer el bienestar de los habitantes de la casa, las enfermedades, la salud y la prosperidad en el trabajo.
     Cuando crecí se desintegró en mí la consciencia de ese lenguaje. Hoy ignoro la verdad de estos signos, pero aún recuerdo como ese día poseían un carácter infalible que nos hacía dueños del futuro y de sus secretos, al menos por un año.