Paternalismo como aniquilación del yo



Los hombres no están en Sociedad para decirse que tienen necesidades
-ni para aconsejarse que busquen como remediarlas-
Ni para exhortarse a tener paciencia;
Sino para consultarse sobre los medios para satisfacer sus deseos,
Porque no satisfacerlos es padecer.

Simón Rodríguez, Sociedades Americanas en 1828


     Mi hijo, que es un muchacho muy curioso, hace un tiempo me preguntaba sobre si era posible que las naciones fueran completamente independientes, es decir, que de verdad no necesitaran de otras, y como es evidente surgió el caso de Venezuela, que necesita vender petróleo para sobrevivir. Fue entonces cuando, por encima de lo que él deseaba (soy una madre y como toda madre él considera que un poco fastidiosa), le ofrecí mi charla sobre Diógenes, el Cínico y la autarquía.

Diogenes y Alejandro, Giambattista Langetti, 1650

      No vamos a hablar de Diógenes de Sínope, pues eso no es precisamente lo que nos interesa aquí, nos interesa un concepto usado por los filósofos cínicos: la autarquía, pues ahora, con lo de la escasez y el desastre económico al que nos hemos dejado conducir, pues no queda otra que sentarnos a reflexionar, ya que en la desesperación sólo se encuentra la angustia.
   No propongo que nos lancemos todos en este momento horrible por la vía del desprendimiento y de la iluminación, apartados de las necesidades corporales más básicas como el jabón, el papel toilette y la leche para el chamo, nada más lejos de este post.  Pero creo que el conocimiento que nos ofrece la autarquía nos puede ayudar a comprender  cómo este abismo económico se hizo tan profundo y cómo cuando salgamos de él, porque históricamente es inevitable que salgamos, no nos volvamos a meter en otro más profundo y feo.
    Hesíodo (otro griego) consideraba que el “Hombre de verdad es el que, reflexionando siempre sobre sí mismo, sabe lo que, una vez llevado a cabo, va a ser lo mejor para él”; para los antiguos cínicos autárquicos se trataba de una “carencia de necesidades” dada por su conciencia sobre el mundo, así se comprendió la autarquía antigua, como una virtud en la que el individuo  es austero y se separa de las cosas externas.
    Pero, eso fue hace más de 2.000 años, ya pasamos la ilustración y ya creemos que  somos más que postmodernos. No hagamos muy largo esto.
   En la actualidad los hombres viven en naciones y el concepto de autarquía se aplica a éstas: nos referimos como naciones autárquicas a aquellas que son autosuficientes, “carecen de necesidades” y son capaces de producir por sí mismas lo necesario para la manutención de sus ciudadanos. 
     Obviamente no es nuestro caso.
     Aun así seguimos considerando que el hombre que se conoce, tiene domino sobre su propio yo, algo como que tiene su propio gobierno por encima del gobierno que se le impone, de las circunstancias y hasta de las necesidades; el autárquico mira al mundo no desde la necesidad sino desde la reflexión de su propia virtud y la satisfacción de sus deseos.
     Ser autárquicos es un proceso personal que se extiende hasta las naciones y es hora de comprender que haciendo cola no es la forma de independizarnos, la cola nos extingue como seres humanos, y esa “extinción del individuo” es lo que busca cualquier “príncipe” que quiera dominar a un grupo de individuos.
Raul Romero, El Nacional, 08/01/2015,
Abasto Bicentenario, Plaza Venezuela, Caracas
   Pero ¿cómo no nos vamos a dejar dominar sin pañales, sin leche. Como podemos no desesperarnos cuando se acabó el agua  potable?
   No existe una respuesta para eso, y esa es precisamente la ventaja del príncipe-dominador al destruir el aparato productivo y nosotros no podemos hacer nada para reestablecerlo sino despertar.
   Nuestra autosuficiencia dependerá de la evaluación de nuestras capacidades productivas y sobre todo de la organización de estas de manera sistemática con la motivación  de que a partir de mi yo, todos puedan  alcanzar su máximo potencial.
    Eso requiere paciencia y no desesperación. Desgraciadamente nosotros no somos muy amigos de la paciencia y si de la pasividad. La paciencia es esperar el tiempo preciso para que algo crezca, la pasividad es no hacer nada. El que es paciente siembra y deja que la naturaleza siga su curso, el pasivo no siembra, espera que otro lo haga. El paciente aplica la cura y deja sanar las heridas, el pasivo deja que se pudran, perdura en la enfermedad.  La desesperación por su lado nos conduce por caminos inseguros, caminos que han sido trazados por otros a los que poco les interesa realmente nuestra realidad. Nuestra necesidad es de jabón,  pero nuestro deseo debe ser de comprensión del mundo, pues a partir de esa comprensión vendrá aquello que necesitamos para la vida, para alcanzar aquello que somos.  Los dominados no son autosuficientes, dependen de su propio vacío, a la espera de las sobras de los demás y ese vacío puede llenarse con cualquier cosa.
    Es cierto que estas palabras no harán que aparezca el pollo en el supermercado, no harán que la carne sea más barata, y finalmente esa no es la idea, estas palabras no son un conjuro, son apenas una reflexión sobre nuestra dependencia absoluta, de lo sometidos que estamos a nuestras necesidades más  básicas y a algunas imaginarias,  pero una dependencia que sobre todo, nosotros hemos decidido y aceptado así que, ¿para cuándo usted va a dejar tomar la decisión de ser autosuficiente?
 Una nación no puede ser independiente con ciudadanos esclavizados. La autarquía empieza en el ser humano.