Durante los
primeros años de implementación del gobierno comunista chino hacia 1954, se
estableció un sistema de clasificación en siete clases sociales (campesinos,
trabajadores, burgueses, capitalistas, intelectuales, terratenientes y flotantes,
que separaba a la población y restringía su movimiento dentro de la
geografía china, esta delimitación sobre todo permitía acceder a los “cupones de
racionamiento de alimentos”, categorización que desapareció hacia 1980.
Otros muchos países han implementado sistemas de racionamiento de
alimentos. Está el conocido sistema cubano, y más reciente, en 1981, Nicolae
Ceausescu en Rumanía propuso la alimentación “científica” y sometió al pueblo a
un sistema de racionamiento humillante, irracional y anticultural
Podríamos ver un frondoso árbol cuyas ramas serían el
recorrido histórico de los sistemas de racionamiento de alimento
implementados por algunos y otros pero lo que nos interesa no es el
racionamiento en sí, que bien comprendido puede ser una virtud y/o una
necesidad, una persona propensa a la diabetes “racionará” su consumo de azúcar
para evitar un mal mayor, o incluso un Estado ante una catástrofe, puede llegar
a racionar alimentos o agua, para que estos puedan ser distribuidos entre toda
la población “en tanto” se supera la contingencia. Se puede racionar el consumo
de gasolina, “en tanto” se supera determinada crisis energética. Ciertamente,
lo que resulta inaceptable es el error de convertir el racionamiento en
política de Estado, y sobre todo cuando ese racionamiento lo que trata es de
controlar a los ciudadanos.
¿SISTEMA BIOMETRICO O SISTEMA DE
CASTAS?
El Gobierno
de Nicolás Maduro desea implementar un sistema biométrico de racionamiento, que
ya comenzó con el sistema público (en PDVAL, sólo se permite comprar un día
según el terminal de la cédula de identidad) y que luego se implementará
en el sistema privado. Podríamos especular a partir de dicha
implementación que el Gobierno de Nicolás Maduro interpreta al país a través de
cierta categorización en castas, que se inclina hacia el sistema
implementado por el comunismo chino.
En principio y para ser fieles únicamente de
nuestro artículo encontramos que el Gobierno parece pretender dividir a los
venezolanos en dos grandes grupos, según sus preferencias de mercado.
Grupo A:
Tiene acceso a las redes de distribución del Estado y ha sido instruido
sistemáticamente (Operativos de MERCAL, MERCAL, PDVAL, Abastos
Bicentenario, etc.)
Grupo B:
Tiene acceso a las redes del Estado pero se resiste a las mismas.
Grupo A: Es
comprendida como controlable por el Gobierno. Estaría por tanto dispuesta a
ceder y a colaborar.
Grupo B: Es
más fácil controlarla a través de terceros como las redes de distribución de
privados.
Grupo A: Está
acostumbrada al sistema de filas o colas. (Lamento decepcionar a Félix Osorio
pero no es lo mismo hacer la cola para el cine que para comprar leche, ya le
voy a explicar por qué)
Grupo B: En
proceso de adaptación al nuevo sistema, por tanto aún encuentra focos de
resistencia.
No obstante,
ambos grupos son manipulables puesto que no se encuentran dentro de un marco de
ordenamiento del Estado que les permita crecer individualmente, es decir, el
Estado es incapaz de mostrarse y ejercer ante ellos su función de gerente
eficiente, lo que frustra el crecimiento de la persona.
LA COLA: EL GRAN SISTEMA DE
DECADENCIA
Ana Ajmatova
comienza su conocido poema “Requiem” diciendo: “En los terribles años del
terror de Yezhov hice cola durante diez y siete meses delante de las cárceles
de Leningrado. Una vez alguien me “reconoció”. Entonces una mujer que estaba
detrás de mí, con los labios azulados, que naturalmente nunca había oído mi
nombre, despertó del entumecimiento que era habitual en todas nosotras y me
susurró al oído (allí hablábamos todas en voz baja): -¿Y usted puede describir
esto? / Y yo dije: / -Puedo. / Entonces algo como una sonrisa resbaló en
aquello que una vez había sido su rostro”.
Ajmatova
permanecía en esa cola para saber de su hijo Lev Gumiliov, preso durante el
gobierno de Stalin, esa era la única forma de saber del muchacho, que permaneció en
prisión de 1930 a 1956. No obstante nuestro deseo y
es obvio que menos el de cualquier gobierno no es estimular la cola como instrumento
creativo, nada más alejado, al contrario, podemos observar como el deseo de los
estalinistas al someter a estas mujeres a las colas interminables en el frío
era quebrar por completo su voluntad.
No
deben considerarse las colas o las filas como sistema de orden pues el orden es
eficiente. Ellas funcionan como sistemas de dominación, porque laceran el ánimo
y la voluntad de los que se encuentran en la fila, hasta exterminar la
dignidad, es muy difícil mantener la fuerza para no decaer, el tiempo que se
transcurre en una cola con los individuos de pie en la misma posición lo agota
tanto física como mentalmente.
El
cuerpo al estar de pie mucho tiempo sobrecarga los músculos de las piernas y
dificulta la circulación de la sangre en esa área, las personas que hacen fila
tienden a colocarse en posiciones inadecuadas debido al cansancio lo que a la
larga compromete su columna y sobre todo la zona lumbar.
Mentalmente
es más terrible aún, aquellos que se forman en una fila, (cualquier fila)
someten su voluntad a la de otro que es poseedor de un bien que se desea
obtener. Ahora bien, si ese bien que se desea obtener es algo placentero
(digamos un helado con unos amigos, una entrada al cine) la experiencia es
gratificante para el grupo de individuos que hacen la fila, se mantienen en la
fila por propia voluntad y su ánimo se mantiene, en general, estable, mantienen
su autonomía; si por el contrario el bien que desea obtener es considerado por
el individuo como algo “común” (ir al banco, CADIVI, comprar leche) la
experiencia se vuelve perturbadora y angustiante, puesto que el bien que desean
obtener se presiente como obligante y/o limitado y sobre todo la voluntad
del individuo que está en la fila se encuentra sometida al poseedor del bien,
esto acarrea un condicionamiento y compromiso de su dignidad por tanto siente
que se encuentra atrapado y que pierde parte de su libertad.
Comprendamos
bien esto, aun cuando no hablaré como corresponde de la libertad o la dignidad
y lo dejaré para otras entradas.
Ciertamente
la mamá que va a comprar leche y permanece cuatro horas en la cola para comprar
seis litros de leche lo hace porque “desea” la leche, y se somete
“voluntariamente” a la experiencia de la cola, sin embargo, ese “deseo” que la
lleva a doblegar su “voluntad” ocurre por la “necesidad” del producto, (leche,
pollo, carne, harina, etc.) lo que desea no es un capricho, sino que se
encuentra envuelto dentro de un entramado individual y social de dependencia
vital.
¿Cómo
comprendemos una laceración de la dignidad del individuo si el Gobierno
preocupado le provee al pueblo lo necesario para su vida? Aquí entramos en un
juego muy siniestro. El Gobierno durante años ha colocado la dignidad en
“núcleos abstractos” como por ejemplo: “las viviendas dignas”, “transporte
digno” “alimentación digna, “el pueblo digno”, moviendo esa “dignidad” del
lugar donde realmente pertenece: el ser humano como individuo. Al despojar a
ese ser humano individual de su dignidad se vuelve más manejable, pues siente
que debe seguir las instrucciones del colectivo para alcanzar una dignidad
externa y no que le es intrínseca.
Un
ser humano digno no es cómodo para el Gobierno puesto que es cuestionador
y exige al Estado que cumpla su papel de Estado, por tanto es peligroso.
De
esta forma, los hacedores de cola, aquellos que están en una cola un día y
otro, despojados de toda dignidad que reposa en “núcleos abstractos” y no en
ellos, adquieren el hábito de someter su voluntad a otros, una vez sometida la
voluntad es más fácil dominar el pensamiento.